Dilema leninista

Salió de la casa parroquial corriendo. Esperanza no sabía. “Don Paco a esta hora sale a pasear y no sé por donde va, pregunte por si alguien lo ha visto”

En la plaza se asomó al bar: ¿don Paco?

─ No lo he visto, no ha venido por aquí. ¿Pasa algo?

Respondió con un gesto y continuó con su desesperada búsqueda. Abrió la puerta de la mercería, y sin entrar preguntó:

─ ¿No está don Paco el párroco por aquí?

─ ¿Te parece que esto es un lupanar?

Continuó la su camino. Estúpido de él. ¿Cómo se le ocurría ir a preguntar al presidente fundador de la Liga Atea de Don Rafael del Río, que así habían bautizado al pueblo, cambiándole el san por el don.  

Acabados los lugares más comunes, empezó a recorrer callejuelas y vericuetos varios. Al cruzar por un estrecho pasadizo casi impracticable detrás de la casa del director del banco vio a través de una ventana y de refilón a don Ramiro, el dueño. Por un momento se extrañó, sabía que estaba por unos días en Madrid y no tenía que regresar tan pronto. Habrá terminado los recados que tenía y venido antes, pensó sin darle mayor importancia. Lo que tenía que hacer era más importante, encontrar al cura que le diese la extremaunción a la Lucía, su mujer.

 

Esa noche en el bar, el médico despotricaba sublevadísimo.

─ Se lo dije, está muy mal, pero no es irreversible. Muchas veces salen de esta. Esperemos un rato y veamos la reacción que tiene a esto último que le he inyectado. ¿Que puede no salir? Sí, confiemos en que no suceda, pero no te lo puedo asegurar. ¿Que quieres que le den los oleos? Pues bueno, busca al cura y que se los de, mal no le harán, sólo el susto. ¿Qué es ella la que los pide? Pues adelante.

»¿Y qué pasa?, le hace efecto el medicamento, mejora y empieza a recuperarse. Llega entonces el cucaracho este, que no se le puede llamar de otro modo y empieza a graznar: ─¡Ha sido un milagro!, ¡darle los óleos y mejorar, todo uno!, ¡la Virgen, la novena que le había prometido!─

» Milagro, ¡bah!, los médicos no hacemos nada. Si se cura, ha sido la virgen, no el médico. Si se muere, la ha matado el médico, no la virgen.

Bebió un trago, procurando calmarse.

─ Tiene razón, pero ya sabe, él tiene que defender su negocio.

─ Tú lo has dicho, defiende su negocio. Pero cuando hace quince días tuvo la colitis, ¿fue a la virgen a decirle “¡oye, haz algo que me estoy yendo patas pa'bajo!”, no, no señor, no. Vino a verme a mi para pedirme un medicamento. Pues la próxima vez lo curará su tía. Se la tengo preparada, ─y con voz meliflua representó─ “Lo siento don Paco, no tengo nada para eso que usted tiene, ¿por qué no hace una novena?”

─ No serás capaz

─ ¿Qué no?, al tiempo.

 

En su casa, Julián, pasado el susto, descansaba. La Lucía dormía plácidamente. Estaba ya mucho mejor y el médico le había asegurado que no tenía por qué preocuparse, a partir de ahora la mejoría sería constante. Estaba agotado, la carrera a lo largo y ancho del pueblo, sumada a la angustia que le acongojaba le exigían reposo. En la mecedora, mirando a su mujer, se quedó dormido.

El barullo de la calle le despertó. Era muy temprano para el alboroto que estaban organizando. Era indudable que algo inusual e importante ocurría. Después de asegurarse de que Lucía dormía tranquila y echarse un agua a la cara, salió a la calle. No necesitó preguntar.

─ ¡Dicen que está destrozadita a golpes!

─ Un ladrón, seguro, toda la casa está revuelta.

─ Y nadie ha oído nada. La debió coger por sorpresa.

─ Pues ha sido alguien de por aquí, por que ¿quién sabía que don Ramiro estaba fuera?

─ Eso, tenía que saber que estaba sola, que no había peligro.

─ A él ¿ya se lo han dicho?

─ Sí, parece que lo han encontrado en el hotel y ya viene de camino.

Eso fue bastante. Iba a decir algo, cuando se dio cuenta de lo que pretendía decir y se calló. Alguien le preguntó por la mujer y aprovecho eso como excusa para regresar a casa.

─ ¿Qué pasa Julián, qué es todo ese alboroto? ─ preguntó la mujer─

Buscó tiempo mientras pensaba

─ ¿Como te encuentras, está bien?

─ Bastante mejor, pero dime ¿qué pasa?

─ Han entrado a robar en casa de don Ramiro esta noche.

─ ¿Y la mujer, no estaba?

─ Parece ser que la han matado.

─ ¡Qué barbaridad!

─ Tú tranquila, reposa, cálmate, que te voy a preparar algo para desayunar. ¿Te apetece un chocolate y unos bizcochos?

─ ¿Puedo comerlos?

─ El doctor ha dicho que empieces a comer de todo, sin que sea muy pesado, claro, un cochinillo no te voy a dar.

─ Tonto.. hazme el chocolate anda.

Mirando a la mujer mientras desayunaba, intentaba encontrar una salida al lío en que estaba metido. Porque era un lío. Había visto la tarde anterior a don Ramiro en la casa. Estaba seguro. También estaba seguro que el reconocimiento había sido mutuo puesto que él estaba mirando hacia fuera. ¿Qué podía hacer? Seguro que en Madrid habría quien juraría que no se había movido de allí en todo el día. Don Ramiro era muy importante, no sólo director del banco, sino dueño de medio pueblo como se suele decir. ¿Quién tenía más credibilidad, el potentado o un pobre camionero con fama de simple porque además era ecologista? Esperaría unos días antes de tomar una decisión. También podía ser un robo de verdad, don Ramiro acercarse a por algo olvidado, volverse a ir y luego, por la noche, el robo. Esperaría.

 

No tuvo que esperar mucho. Tan sólo una semana después del entierro. El día del funeral, a la salida, don Ramiro le habló.

─ ¿Qué tal está tu mujer?, me han dicho que estuvo muy mala.

─ Sí, gracias, ya se recupera, en pocos días otra vez como antes.

─ Pues me alegro hombre, tienes suerte. En cambio yo, ya ves. Y lo que me atormenta es que si no hubiera estado todo aquel maldito día en Madrid no hubiera ocurrido la tragedia. Pero ya ves, yo trabajando toda la tarde y parte de la noche sin poder imaginar... mejor no darle vueltas. Lo pasado, pasado. Me alegro por ti Julián, tú sabes que siempre te he tenido aprecio. Si necesitas cualquier cosa no lo dudes, me lo pides y ya está. Tenemos que ayudarnos unos a otros, ¡no te parece?

─ Desde luego que sí, gracias don Ramiro. Lo mismo le digo.

Así se separaron.

Ahora estaba seguro, ¿a qué venía enfatizar su estancia en Madrid aquella tarde? No por la noche cuando supuestamente se cometió el robo, sino por la tarde, cuando le vio por la ventana. ¿Y ese supuesto aprecio?, sí no habían cruzado más de media docena de palabras aparte de los buenos días de rigor. ¿Y la oferta de ayuda? ¿No era un pago por el silencio? “Tenemos que ayudarnos, tú callas y pide”.

Pero sabía que la credibilidad ante los demás no se inclinaba de su lado. Precisamente en ese momento, cuando tenía el camión llorando por el desguace, con la necesidad de pedir un crédito para comprar uno nuevo. ¿Cómo lo iba a pedir? Parecería que era el cobro del silencio.

Despierto en la cama, agobiado, sin poder dormir, Julián pensaba y pensaba. Como decía Vladimiro: ¿Qué hacer?