Calle Olvido

 

Se despertó temprano y el sol dominical ya entraba esplendoroso por el amplio ventanal. La casa exhalaba todavía un sutil olor a pintura fresca que no resultaba desagradable. Al contrario, le recordaba que estaba en su nueva vivienda, que estaba empezando una nueva etapa de su vida.

Las paredes calabaza suave le reconfortaban. Fue muy cuidadoso al escoger los colores, el esmeralda del baño, rubí en la cocina, turquesa el salón, y aunque posiblemente no pasarían la inspección de un decorador, el resultado le satisfacía y enorgullecía. Era su nueva casa, estaba como él la había querido y era feliz.

Se levantó y vistiéndose con rapidez decidió bajar a desayunar antes de emprender la tarea de abrir y colocar el contenido de las cajas que atiborraban la vivienda.

Ya en la calle, se volvió orgulloso a contemplar el edificio. Una casa antigua pero reformada, alegre, soleada. Y la calle, la más adecuada, calle El Olvido. Lo que él necesitaba, olvidar el pasado y emprender una nueva experiencia vital. Todo estaba correcto. Se sintió bien.

Al regreso pasó la mañana distribuyendo sus posesiones en los lugares que iba considerando adecuados. Era un trabajo lento, monótono y no exento de complicaciones. Más de una vez cambió de opinión y recolocó algún cachivache en una situación diferente con el consiguiente desplazamiento de varios más.

Al mediodía, cansado y hambriento salió en busca de algún lugar apropiado para comer. Callejeando encontró un restaurante italiano, lo que le sorprendió un tanto. En pleno distrito tan orientalizado que ya los nativos llamaban a la calle principal Maozedong Usera, no esperaba localizar una trattoría. Cuando entró descubrió su error. Sí, era un italiano, pero todo el personal era chino. Es maravillosa la capacidad mimética de este pueblo. Pero comió bien, le gustó y decidió frecuentarlo.

Por la tarde, descansó, sacó alguna cosa más de las cajas, pero no se sentía demasiado entusiasmado en la labor por lo que terminó viendo la televisión. Cenó un bocadillo que había tenido la prudencia de subir y se acostó satisfecho. Ese fue su primer día en el nuevo domicilio.

Al llegar a su trabajo al día siguiente estuvo a punto de anunciar a bombo y platillo la nueva de su traslado pero le contuvo la duda sobre si lo correcto sería celebrar una fiesta de inauguración del piso, y en ese caso ¿a quién invitar? A todos no, desde luego, y si lo pregonaba, no podía hacer luego exclusiones. Decidió guardar silencio y comentarlo luego en privado con los más allegados. Además, pronto le pareció notar algo extraño en sus compañeros respecto a él. Parecía que lo ignoraban. Absurdo, pensó, pero la impresión no cesaba. Los ojos parecían rehuirle, aunque se percataba que cuando se giraba las miradas le seguían. ¿Me estaré volviendo paranoico?, rumiaba.

La extraña impresión le acompañó varios días, incluso se acrecentaba. Fue al tercer día cuando oyó un comentario que le trastornó al máximo. Entró Aguirre de contabilidad en la sala y después de mirar alrededor, preguntó en un susurro ─¿quién es ese?─ y Peláez le contestó en el mismo tono: ─uno nuevo─

De acuerdo que Aguirre es un cretino de marca, pero ¿Peláez? ¿nuevo? Si era dos años más antiguo que él. No comprendía nada. Lo dejó pasar pensando que había oído mal o que se había confundido en la interpretación de la frase.

Esa tarde le ocurrió un segundo acontecimiento de índole preocupante. Salía de tomar una caña ─sólo, había comprobado que entre el grupo de compañeros molestaba─ cuando vio en la otra acera a Juan, su amigo de los lejanos tiempos escolares. Lo saludó eufórico agitando la mano, pero incomprensiblemente, Juan, después de observarle con cara estupefacta, desvió la mirada y siguió su camino.

Empezaba a preocuparse, ¿qué ocurría para que sus conocidos le esquivasen como a un apestado? No tenía sentido. No existía ninguna relación entre Juan y los compañeros de oficina. No se conocían y tomaban la misma actitud.

Esa noche, en la calle El Olvido, la estancia no fue tan placentera. Le costó dormir. La sensación de angustia le envolvía. Despertó varias veces sobresaltado y se levantó por la mañana con agotamiento físico y anímico. Pero su innato optimismo le permitió afrontar la jornada con la esperanza de que todo hubiera sido una desafortunada serie de coincidencias. Todo se derrumbó cuando llegó al bar donde cotidianamente desayunaba desde hacía seis años. Paco, el camarero, le saludó como si fuese un perfecto desconocido.

A partir de ese momento, la sucesión de incidentes no se detuvo. Un día el jefe no le reconoció, otro, al llegar a la oficina un compañero inquirió qué deseaba. Nadie parecía advertir su presencia, simplemente le ignoraban. En la calle se cruzó con varios conocidos, pero ninguno pareció reconocerlo.

La culminación ocurrió una mañana lluviosa. Al llegar a la oficina no le dejaron entrar. Intentó dialogar, demostrar que trabajaba allí, pero no sirvió de nada. Le echaron como a un alienado amenazando con llamar a la policía si volvía a molestarles.

Enfurecido y angustiado al mismo tiempo, empezó a vagar por las calles intentando comprender algo de lo que ocurría. Decidió irse a casa. Al subir las escaleras, una vecina le preguntó dónde iba. Ella tampoco lo recordaba.

Una vez recluido en su piso de la calle El Olvido, que ya no le parecía tan acogedor, tan brillante, tan hermoso, se sirvió una copa ─aunque nunca bebía a esas horas─ y empezó a recapitular los sucesos de los últimos días. No pudo encontrar ninguna explicación coherente.

Todo ha empezado cuando me he trasladado a la calle El Olvido ─pensaba─ pero ¿qué ha empezado? Y se retorcía las manos nervioso. Apuró la copa y se abalanzó a la calle de nuevo. Su deambular errabundo lo llevó a un parque. Se sentó bajo un olmo y se puso a llorar. Pasaron las horas. Atardecía. Ahora ya sabía que no podía volver a la calle El Olvido. No podría entrar, era un desconocido y no se lo permitirían. Se levantó y regresó a las calles concurridas.

En una esquina una zapatería lucía columnas recubiertas de espejos. Se detuvo a contemplarse y comprobó sin asombro que su imagen desaparecía poco a poco.