No todo es como piensas

 

 

Ufff!!!!, alcornoque arriba Arivle notaba todos su pelos erizados de pavor. Esta vez estuvo muy cerca de cogerle. Al pie del árbol, el dogo gruñía rabioso por no haber alcanzado su objetivo. Pero sabía que era cuestión de tiempo. Se mantuvo vigilante aunque no sirviese para nada, pero así mantenía al gato en estado de terror y eso le satisfacía.

En lo alto, todavía respirando entrecortadamente, Arivle procuraba serenarse, mientras empezaba a buscar una solución. Él también era consciente de que era una cuestión de tiempo el ser víctima de la ferocidad del dogo. Cada vez se encontraba más lento y el dogo todavía era muy joven, llevaba toda la ventaja.

Una tras otra fue rechazando ideas por irrealizables o poco prácticas, hasta que fue apareciendo en el fondo de su mente un antiguo recuerdo, muy antiguo, una tradición que pasaba de uno a otro de los miembros de la familia que la tomaban como cuento, como leyenda. Pero, ¿y si fuese real? No costaba nada hacer la prueba.

Desde ese momento, tomada ya la decisión, empezó su ejecución. La antigua tradición hablaba del dominio de la materia por la mente, de alcanzar un estado superior de la conciencia producido por medio de la meditación. Por lo tanto, reclinado en una rama del mismo alcornoque, dejó su mente vacía, rechazó todo estímulo exterior y empezó a repetir un mantra «Om namo bhagavate vasudevaia» como ayuda. Tenía que repetirlo un mínimo de siete millones trescientas mil veces, aunque recordaba que le aconsejaron superar esa cifra y así se propuso hacerlo.

Pasaron lunas y Arivle continuó incansable su recitado. Se iba dando cuenta de su crecimiento mental. El dogo, perplejo, le contemplaba incansable desde un rincón no muy alejado, esperando paciente. Arivle ya no le prestaba atención. Un día cualquiera, de repente comprendió que podía controlar su presencia a voluntad y desapareció lentamente como si de un Cheshire se tratase, aunque en él lo último en aparecer y desaparecer fue el rabo. Lo había conseguido. Ahora estaba a salvo de los ataques del dogo.

Con la confianza que da el saberse invulnerable, descendió altivo del árbol. Con lentitud, pavoneándose, avanzó al encuentro del dogo, que al advertir su descenso había abandonado el rincón donde reposaba y se acercaba, también con displicencia. Frente a frente, puso su recién adquirido poder en marcha.

Entre las fauces del dogo, comprendió demasiado tarde que éste no descansaba mirándole. ¡Meditaba!